Noviembre es el mes que trae el
cumpleaños de dos de mis hermanos, las tardes más corta, el frío, pero sobre
todo es el mes que trae a Huelva el Festival de Cine Iberoamericano.
La fiesta, la semana feliz, los
reencuentros, los intercambios, los abrazos, los acentos, los sabores, los
olores, los colores, las discusiones, la vida de uno y otro lado del río. La
vida.
He podido leer estos días cosas
así:
“Tendrían que quitar el festival, sus películas cuentan historias que
no tienen que ver con nosotros”. Como si el amor, el desamor, el trabajo mál
pagado, las revoluciones ganadas o perdidas, la corrupción, la soledad, el
desamparo, la alegría, la tristeza, la lucha, la educación o la falta de ella,
los triunfos, el pasado, el presente, el futuro y la esperanza no fueran
lugares comunes.
“Deberían gastar el dinero en ayudar a la gente”. Abonado el
terreno para que la cultura se convierta en un artículo de lujo y en algo
absolutamente necesario para dejar de ser personas, hay quien piensa que sin
cultura se viviría y comería mejor.
“El festival no interesa a
nadie”. Supongo que la asistencia de 28.391 personas (desde niños a mayores) a
las salas de cine (bastante más que al estadio colombino) durante una semana
sin importar el frío, sin saber que iban a encontrar en las pantallas, y
gastando 3 euros no significa nada.
Más también he podido escuchar
cosas así:
“Ustedes no saben lo que significa este festival para nosotros”. Directores,
productores, actores y actrices de México, Perú, Argentina, Portugal, Colombia,
Brasil, Chile, Venezuela, Cuba, España se emocionan al contarnos esto. Ellos
traen sus obras al festival como los que van a ganar un Óscar, de hecho, no
sería la primera vez que una película premiada y/o estrenada en Huelva se hace
con un Óscar.
“Una vez que vienes, ya no quieres dejar de venir”. Sí, esto
también lo dicen, no vienen a hoteles de 5 estrellas, no van a restaurantes
Michelín, no se encierran en clubes privados, los llevan todo el día del tingo
al tango, y sí, una vez que vienes, ya no
quieres dejar de venir.
“Muchas gracias al festival, a Huelva y a su gente”. Huelva, que
probablemente sea una de las ciudades más feas del planeta, tiene, además de
luz, una capacidad infinita de acoger a quienes vienen de fuera con una
amabilidad que sobrepasa con mucho a otros lugares. Huelva es ese lugar al que
es difícil llegar, pero al que siempre quieres volver.
Y añado, el festival se empeña en
enseñar a los niños a ver cine, en poner películas que visibilizan a colectivos
hasta hace poco escondidos, se expande por distintos puntos de la ciudad y sobre todo acerca el cine a la cárcel, que es
un lugar donde se sueña con la libertad.
Este año he tenido la suerte de
asistir en el centro penitenciario de Huelva al coloquio entre los presos y
representantes de la película emitida ese día, en este caso fue la mexicana Workers
y tuvimos la suerte de acompañar a una de sus protagonistas Susana Salazar. Ha
sido una gran experiencia, no solo por el desasosiego que supone sentir que para
traspasar una puerta, otra se cierra a tus espaldas, sino porque los habitantes
de ese lugar, visten sus mejores galas esos días y además preguntan y comentan
con una libertad de la que carecen muchos de los periodistas hoy en día.
39 ediciones de festival no son
pocas, son muchas, teniendo en cuenta lo efímero que es todo hoy en día, dudo
que Huelva existan muchos más eventos (culturales o no) que puedan presumir de
tanta solera, pero Huelva a veces es más de presumir de no tener o no poder, que de celebrar lo que tiene. Son
muchas, pero son pocas, porque queremos más.
Pero el festival no es solo la
gente que viene, también es la gente que durante todo el año trabaja para que todo salga bien,
empezando por su incansable director Eduardo Trías. La 39 edición se marchó y yo aún la
extraño, espero la 40 como quien espera lo que la hace feliz. Quería contarlo antes que noviembre acabara. Larga vida al festival.
Pd.: En la foto, mis imprescindibles amigas festivaleras, Adela y Begoña con Susana Salarzar durante la visita a la cárcel y el premio que entregan los presos, la llave de la libertad.