"Pienso
que todos estamos ciegos. Somos ciegos que pueden ver, pero que no miran"
José Saramago en Ensayo sobre la ceguera
Yo soy miope, muy miope, si
alguien no lo sabía y se preguntaba el porqué
de mi especial mirada, esta es la respuesta, los miopes miramos
diferente. Pero esto no es lo que quería contar.
Hace un mes me cambiaron las
lentillas, no es solo la miopía, ahora también es estigmatismo, y como no me
han ido bien, he tenido que probar otras, para eso, he tenido que volver a
pasar por las mediciones oculares pertinente, un día con las lentillas puestas
y otro día sin ellas. El día que tuve
que ir sin ellas fue el viernes, y claro, con las calles llenas de gente
(muchas conocidas) no iba yo a salir de mi casa con las gafas (que uso cuando
me quito las lentillas), vanidad, coquetería, podéis llamarlo como queráis.
Así que casi a ciegas me aventuré
a ir a la óptica y luego, aprovechando, a hacer unos recados. Caminaba por la
calle y solo iba viendo lo que tenía muy, muy delante, reconocí a la gente conocida cuando casi la
tenía encima, el muñeco de los semáforos parecía estar siempre parado, y lo
escuchaba todo más potente, ya que al casi no ver no me quedaba más opción que
oír, porque de oído estoy estupenda, tanto que no me gusta gritar y prefiero un
tono bajo en casi todos los sonidos, al extremo que todos me dicen “yo no sé cómo
no te quedas sorda”. También volví a ejercitar el tacto, que yo siempre he sido de mucho tocar, pero una vez alguien me dijo que tantos tocamientos podían malinterpretarse y desde entonces lo pienso antes de hacerlo.
Y mientras llegaba a la óptica y
luego salía y seguía caminando pensaba, qué cosa tan triste esa de no poder ver,
cuando piensas que lo has visto todo, que grande son los ciegos que sin ver,
ven siempre más y mejor que quienes no lo somos, que cosa tan triste que quien
pudiendo ver, no mira.
Y me acordaba, como muchas otras
veces, de como solemos utilizar cualquier minusvalía física y la ceguera lo es
(abro paréntesis para contar que el día que el oculista me dijo esto, casi
estuve a punto de pegarle, solemos pensar siempre que los minusválidos son los
otros, aquellos cuya minusvalía se ve), y llamamos a manera de insulto ciego a quien no ve las cosas como nosotros las vemos.
Quizás, al igual que en la novela
de Saramago, todos deberíamos experimentar una ceguera física momentánea, nos
daría la verdadera talla de lo que somos, de lo que tenemos y de lo que nos
estamos dejando quitar, que es casi todo, por acción u omisión.
No diré que fue una experiencia
agradable, me hizo sentir expuesta, un poco perdida, al no estar entrenada para
utilizar otros sentidos, vulnerable, insegura de tener que explicar “mira, no
es que no quiera saludarte, es que no veo un carajo”, y un poco niña al tener
que ir cuidando los pasos y descubriendo cosas que daba por sabida. No diré que
fue una experiencia desagradable, me obligó a ser más fuerte, a reconocer mis
otros sentidos y valorar mucho más lo importante que es ver y sobre todo,
mirar.
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