La navidad ni me gusta ni me
disgusta, tras haber pasado por todos los dos estados emocionales más conocidos
que ella conlleva (me encanta, no la soporto, que deprimentes, ojalá no
existieran) hace años que decidí aceptarlas como lo que son, una fiestas de
carácter religioso que sirven de vacaciones para los currantes ateos o no.
No recuerdo muy bien mis navidades
de pequeña, imagino que familiares, si recuerdo muy bien las de mi adolescencia
en el pueblo, era costumbre que las pandillas alquiláramos un local y nos
encontráramos allí tras las cenas del 24 y el 31 y pasáramos las tardes que
transcurrían en vacaciones, algunas veces pasaban nuestros padres por allí y
también era habitual que visitáramos a otras pandillas en sus locales y ellos
nos devolvieran la visita, en muchas de estas reuniones fuero las primeras
borracheras, los primeros porros y ¿cómo no? los primeros besos y achuchones.
También era tradición que el día 1 de enero, si apenas dormir, nos fuéramos a
comer al campo y luego a coger palmitos, sí, los primeros palmitos de la temporada
(al puente), los de Gibraleón me entienden.
Al ir creciendo las cosas fueron
cambiando, mis padres se separaron, comíamos con la familia, nos juntábamos con
los primos y bailábamos toda la noche,
el día de navidad tocaba comer con la parte paterna de la familia y entonces ya
no parecían tan bonitas las fiestas, ya más adelante y más mayor, la llegada de
estas fechas consistían en comer y beber, sobre todo beber, con todos lo que te
invitarán, una ahogo en alcohol constante, pero eso son cosas de la edad y
cuando llegaba la hora de cenar estás tan harto que todo se te hace un mundo,
ni ganas de salir.
La cosa cambia de verdad cuando
vuelve a haber niños pequeños en la familia, entonces como que la navidad
vuelve a no ser tan pesada. Y ni hablar de la nochevieja, muchas de ellas
disfrutadas con amigos hasta el amanecer y
algunas con novio y que he pasado en Sevilla, Lisboa, Oporto, Roma, en
fin, todo los que las hace diferente y seguidas con todos los rituales, ropa
interior roja, escribir deseos en un papel y pisarlo, quemar lo malo del año
que se acaba, en fin…
Ahora todo es diferente, hace
muchos años decidí no asistir a comidas navideñas en el trabajo, no me siento
comprometida con ellas, no las necesito y sobre todo no soporto que los jefes
beban y quieran hacerte ver que todos somos iguales, porque no, no lo somos, y
además no voy a sonreír solo porque es políticamente correcto a quien es un mal
compañero. Tampoco acepto invitaciones, ninguna y así no me veo obligada a
quedar ni bien ni mal con nadie y mi
cuerpo lo agradece, el alcohol no es tan bueno a los 49 como a los 30, que
empieza a ser un horror. Solo voy a una comida con mis amigos, algo que también
suelo hacer durante el año y si por espíritu navideño se entiende comer la
familia junta, pues en mi casa somos muy de comer juntos los domingos, sobre
todo en invierno. Comer, beber, bailar y tocarse es un placer muy grande como para compartirlo con quienes no te gustan.
No me siento obligada a ser mejor ni peor en estas fechas que durante el resto del año. No hago repaso del año que se va, porque día adía trato de quedarme con lo mejor, que a veces es mucho, a veces poco y a veces nada. No hago propósitos de año nuevo porque el día a día te enseña que no hacer planes es lo mejor. Todo esto es algo que se aprende con el tiempo. Como se aprende a mantener la compostura y la impostura, prefiriendo siempre, con mucho, esta última.
No me siento obligada a ser mejor ni peor en estas fechas que durante el resto del año. No hago repaso del año que se va, porque día adía trato de quedarme con lo mejor, que a veces es mucho, a veces poco y a veces nada. No hago propósitos de año nuevo porque el día a día te enseña que no hacer planes es lo mejor. Todo esto es algo que se aprende con el tiempo. Como se aprende a mantener la compostura y la impostura, prefiriendo siempre, con mucho, esta última.
Me gusta mucho ver las calles
llenas de gente, pero no me gusta el consumismo desaforado, y si no lo
practicas durante el año, tampoco lo harás en estos días, me gustan los dulces
que traen estas fechas y también los reencuentros que no son fáciles el resto
del año, no extraño a nadie que no extrañe el resto del año y no tengo presente a nadie que no esté el resto del año, no ejerzo
solidaridad que no ejerza el resto del año y viceversa e intento no dejarme
llevar por la melancolía. Me produce una profunda envidia quienes pasan las
navidades al sol y algún día yo lo conseguiré.
Me tomo el día de navidad como el
día perfecto para no salir de la cama, no como los sábados y domingos que
tienes que salir para ir a comprar el periódico (ritual mágico donde los haya)
aunque finalmente una siempre sale de la cama. Desde hace años me gusta ir a
dar un paseo a la playa el último día del año, empezar a leer un libro el
primero y salir a caminar mientras la ciudad duerme.
Eso sí, me declaro creyente en
los reyes magos, es el día que más me gusta de toda la navidad, me gusta el
ritual de verlos llegar, de estirar las manos para coger caramelos y de echarme
al suelo por la misma razón cual niño pequeño, a veces los reyes no me dejan
nada y llenan la casa de regalos para mis sobrinos, pero eso no es razón para
que yo deje de creer en ellos.
Para terminar os contaré que
tengo una fantasía sobre como celebrar el paso de un año a otro, pero hasta que
no se haga realidad, no la contaré, por lo que pueda pasar.
No sé muy bien en que consiste la
navidad, pero me gusta pensar que consiste en amar, viajar, sonreír y descansar, en vivir,
como el resto del año. Que cada quien la viva como guste y si son felices,
mejor que mejor. Es una pura contradicción, como la vida misma.
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