martes, 17 de diciembre de 2013

La navidad (y sus colaterales)


La navidad ni me gusta ni me disgusta, tras haber pasado por todos los dos estados emocionales más conocidos que ella conlleva (me encanta, no la soporto, que deprimentes, ojalá no existieran) hace años que decidí aceptarlas como lo que son, una fiestas de carácter religioso que sirven de vacaciones para los currantes ateos o no.
No recuerdo muy bien mis navidades de pequeña, imagino que familiares, si recuerdo muy bien las de mi adolescencia en el pueblo, era costumbre que las pandillas alquiláramos un local y nos encontráramos allí tras las cenas del 24 y el 31 y pasáramos las tardes que transcurrían en vacaciones, algunas veces pasaban nuestros padres por allí y también era habitual que visitáramos a otras pandillas en sus locales y ellos nos devolvieran la visita, en muchas de estas reuniones fuero las primeras borracheras, los primeros porros y ¿cómo no? los primeros besos y achuchones. También era tradición que el día 1 de enero, si apenas dormir, nos fuéramos a comer al campo y luego a coger palmitos, sí, los primeros palmitos de la temporada (al puente), los de Gibraleón me entienden.
Al ir creciendo las cosas fueron cambiando, mis padres se separaron, comíamos con la familia, nos juntábamos con los primos  y bailábamos toda la noche, el día de navidad tocaba comer con la parte paterna de la familia y entonces ya no parecían tan bonitas las fiestas, ya más adelante y más mayor, la llegada de estas fechas consistían en comer y beber, sobre todo beber, con todos lo que te invitarán, una ahogo en alcohol constante, pero eso son cosas de la edad y cuando llegaba la hora de cenar estás tan harto que todo se te hace un mundo, ni ganas de salir.
La cosa cambia de verdad cuando vuelve a haber niños pequeños en la familia, entonces como que la navidad vuelve a no ser tan pesada. Y ni hablar de la nochevieja, muchas de ellas disfrutadas con amigos hasta el amanecer  y  algunas con novio y que he pasado en Sevilla, Lisboa, Oporto, Roma, en fin, todo los que las hace diferente y seguidas con todos los rituales, ropa interior roja, escribir deseos en un papel y pisarlo, quemar lo malo del año que se acaba, en fin…
Ahora todo es diferente, hace muchos años decidí no asistir a comidas navideñas en el trabajo, no me siento comprometida con ellas, no las necesito y sobre todo no soporto que los jefes beban y quieran hacerte ver que todos somos iguales, porque no, no lo somos, y además no voy a sonreír solo porque es políticamente correcto a quien es un mal compañero. Tampoco acepto invitaciones, ninguna y así no me veo obligada a quedar ni bien ni  mal con nadie y mi cuerpo lo agradece, el alcohol no es tan bueno a los 49 como a los 30, que empieza a ser un horror. Solo voy a una comida con mis amigos, algo que también suelo hacer durante el año y si por espíritu navideño se entiende comer la familia junta, pues en mi casa somos muy de comer juntos los domingos, sobre todo en invierno. Comer, beber, bailar y tocarse es un placer muy grande como para compartirlo con quienes no te gustan.

No me siento obligada a ser mejor ni peor en estas fechas que durante el resto del año. No hago repaso del año que se va, porque día adía trato de quedarme con lo mejor, que a veces es mucho, a veces poco y a veces nada. No hago propósitos de año nuevo porque el día a día te enseña que no hacer planes es lo mejor.  Todo esto es algo que se aprende con el tiempo. Como se aprende a mantener la compostura y la impostura, prefiriendo siempre, con mucho, esta última.
Me gusta mucho ver las calles llenas de gente, pero no me gusta el consumismo desaforado, y si no lo practicas durante el año, tampoco lo harás en estos días, me gustan los dulces que traen estas fechas y también los reencuentros que no son fáciles el resto del año, no extraño a nadie que no extrañe el resto del año y no tengo presente a nadie que no esté el resto del año, no ejerzo solidaridad que no ejerza el resto del año y viceversa e intento no dejarme llevar por la melancolía. Me produce una profunda envidia quienes pasan las navidades al sol y algún día yo lo conseguiré.
Me tomo el día de navidad como el día perfecto para no salir de la cama, no como los sábados y domingos que tienes que salir para ir a comprar el periódico (ritual mágico donde los haya) aunque finalmente una siempre sale de la cama. Desde hace años me gusta ir a dar un paseo a la playa el último día del año, empezar a leer un libro el primero y salir a caminar mientras la ciudad duerme.
Eso sí, me declaro creyente en los reyes magos, es el día que más me gusta de toda la navidad, me gusta el ritual de verlos llegar, de estirar las manos para coger caramelos y de echarme al suelo por la misma razón cual niño pequeño, a veces los reyes no me dejan nada y llenan la casa de regalos para mis sobrinos, pero eso no es razón para que yo deje de creer en ellos. 
Para terminar os contaré que tengo una fantasía sobre como celebrar el paso de un año a otro, pero hasta que no se haga realidad, no la contaré, por lo que pueda pasar.
No sé muy bien en que consiste la navidad, pero me gusta pensar que consiste en amar, viajar, sonreír y descansar, en vivir, como el resto del año. Que cada quien la viva como guste y si son felices, mejor que mejor. Es una pura contradicción, como la vida misma.

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